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Nos encontramos en el año 2004 en Galicia, España.
Un oftalmólogo -cirujano de segmento anterior y cirugía refractiva- observa córneas operadas de LASIK y se da cuenta de que, mirando a través de un tonómetro de Goldmann, existe un remanente de fluoresceína en la entrecara de la córnea y el tonómetro. Pensando que esto podría estar relacionado con la infraestimación de la presión intraocular post quirúrgica (al no existir un contacto completo entre el tonómetro y la córnea), deduce que el problema quizás estaba en el propio instrumento de medida, en vez de en la córnea operada. Durante un tiempo trabaja sobre las diferentes fuerzas del muelle del tonómetro y varía la superficie de contacto con forma cóncava, pero sin resultados satisfactorios.
No será hasta el año 2009 en el que sucede algo que lo cambiaría todo cuando una estudiante de quinto de medicina trabaja con él.
Durante una consulta ordinaria, al sacar el tonómetro de la solución de esterilización observa que por tensión superficial se había quedado una gota en la superficie del prisma, y esta generaba una curva convexa.
Este suceso casual fue lo que precipitó las bases para el nacimiento de un nuevo dispositivo: comentando juntos posibles hipótesis, se les ocurrió que una fuerza convexa externa sobre la córnea aumentaría la presión de aplanación y podría compensar la pérdida de espesor corneal post quirúrgica, evitando así la infraestimación de la presión intraocular en estos pacientes.
Muchos años después gracias a nuestra investigación, podemos afirmar que al existir un contacto incompleto entre el tonómetro y la cara anterior corneal post LASIK la ley de Imbert-Fick no es aplicable, y este es el motivo por el cual la tonometría de Goldmann no es fiable tras esta cirugía.
Como deducirán, aquel brillante oftalmólogo es mi padre, el Dr. Emilio Iglesias y yo, la estudiante de medicina. Mi nombre es María Iglesias y soy oftalmóloga en España. Desarrollo un proyecto de tonometría que no infraestima la presión en pacientes operados de cirugía refractiva, por lo que podría tener valor de mercado puesto que ofrece una solución que no existe en versión low cost.
Todo esto suena fácil, ¿no? Pues si les soy sincera la hazaña económica y personal que representa que una persona “física”, es decir, no respaldada por industria o laboratorio, se aventure a fabricar un invento, demostrar que funciona, patentarlo e introducirlo en el mercado, es como mínimo, de locos.
Cuando les digo que este dispositivo surgió observando estructuras oculares y tonómetros, en realidad surgió porque me adentré en un largo y complejo camino: documentar los principios físicos biomecánicos, fabricar varios prismas con diferentes radios de curvatura para las primeras mediciones, diseñar todo el estudio…Ha sido un arduo trabajo de investigación y el resultado de innumerables llamadas a pacientes, cientos de e-mails, conversaciones con expertos, reuniones con la industria, abogados, universidades, representantes comerciales, físicos, ópticos, ingenieros, agentes de patentes, laboratorios… Toda una aventura que comenzó hace ya unos 8 años. La gran mayoría de estas puertas inicialmente estuvieron cerradas por diversos motivos, siendo el principal de ellos la incertidumbre o el miedo a lo desconocido. Sin embargo por mi parte, me he dado cuenta de que ahí está la chispa, en la sensación de saber que cualquier persona que se lo proponga puede aportar algo nuevo a la ciencia, a nuestra sanidad, es algo que realmente me motiva. El pesimismo y la rutina diaria nos llevan a dejar de lado ideas que en otro contexto saldrían adelante. Yo creía en nuestra idea, por eso quiero remarcar que cuando uno cree en algo hay que ver hasta donde le lleva.
A raíz de esta experiencia, puedo también afirmar que para poder crear algo a veces hay que salir de tanta significancia estadística y ver las cosas con perspectiva. Esta “perspectiva” siempre me la dio mi padre, y también varios compañeros glaucomatólogos que encontraban el proyecto trascendente. Pero curiosamente fue un prestigioso cirujano de polo posterior del Centro de Oftalmología Barraquer en Barcelona, el Dr. Jeroni Nadal – emprendedor y autor de varias patentes-, quién se interesó por nuestra idea y me animó a “formalizar” el tonómetro definitivamente. Decidí convertirlo en mi proyecto de doctorado por la envergadura del estudio, y pude obtener una beca en investigación. Como deduciréis yo esperaba encontrar a alguien de segmento anterior que por lógica habría sentido más inquietud por el asunto, pero no surgió la oportunidad. De ahí la importancia de contar tu historia y llamar a todas las puertas posibles. A todas.
Estimados lectores, no soy ningún genio. Tampoco una visionaria, al contrario. De hecho, me siento una persona muy afortunada por estar constantemente rodeada de grandes oftalmólogos que me inspiran como los previamente mencionados, o como el reputado cirujano de segmento anterior de la Clínica QVision en Almería, el Dr. Joaquín Fernández, quien fue el primero (hace ya muchos años hablando de mi proyecto), en insistirme sobre la absoluta relevancia de la biomecánica corneal (y qué razón tenía).
Tampoco he ido a una escuela de negocios (ni sabía nada de patentes ni de mundo empresarial). ¿Qué es entonces lo que he hecho para que un invento funcione? En mi caso, he mejorado una propuesta de valor existente, es decir, no voy “contra” el mercado. A día de hoy hemos descubierto una nueva línea de investigación que va en paralelo con otras predecesoras, y nos enorgullece formar parte de ese reducido número de profesionales que dentro de nuestra especialidad contribuye a aportar su granito de arena al desarrollo de la ciencia. Es importante aceptar que aunque uno no sea creativo siempre puede mejorar algo existente, no todo tiene porque ser absolutamente nuevo.
Todo el mundo podría tener una idea revolucionaria en su cabeza. Pero no todo el mundo está dispuesto a invertir horas libres y dinero en un proyecto incierto. Yo nunca podría haberme embarcado en esta aventura sin el incondicional apoyo de mis padres, pero llega un punto en el que uno avanza tanto hay que mirar más allá si se quiere llegar lejos. No basta con realizar una investigación colosal. Si uno no tiene una buena estrategia legal es muy fácil que no termine un proyecto, por mucho apoyo que tenga detrás. Tener un buen estudio previo de patentabilidad o de modelo de utilidad, estar al día de todas las actualizaciones vigentes, y asesorarse lo mejor posible es imprescindible para optimizar los resultados. Brasil es el país de Latinoamérica más prolífico en solicitud de patentes. España con respecto a Europa dista mucho de los primeros puestos del ranking. Estamos todavía un poco oxidados en materia de innovación de cualquier índole. En ciencia, y sobretodo en medicina en España, todavía está expandida la noción de que ser creativo es algo “malo” puesto que no es mensurable, no es científicamente significativo. Esto queda reflejado en la escasa inversión que hay en I+D (Investigación y Desarrollo) – aunque ahora gracias al coronavirus los políticos parezcan interesarse por la investigación, pero ese, camaradas, es un debate para otro momento -. Tenemos grandísimas mentes en nuestro país y muy pocas participan activamente en desarrollo e innovación, quizás en parte por la escasa financiación que tenemos. Me gustaría nombrar en concreto al Dr. Luis León de la Clínica MOAT en Valencia, a quién conocí casualmente a través de las redes sociales hace dos años. Él exponía una patente suya para oftalmología también como persona física, como emprendedor ilusionado. Yo me sorprendí muchísimo porque siempre que conocía a alguien con una patente o producto novedoso eran magnates de la industria, y pensé “no soy la única valiente”. Sin dudarlo me puse en contacto con él, y descubrí que ambos coincidimos en que nuestras pequeñas anécdotas podrían animar a otros a perseguir sus metas. Uno nunca sabe quién será el próximo en descubrir algo trascendente y mucho menos si no lo intenta. En esto radica la relevancia de expandir un mensaje motivador, y sobretodo crear una red que enriquezca nuestro sistema de progreso en la innovación.
El emprendimiento a veces es percibido como un acto de provocación antisistema cuando en realidad es un acto pro-sistema.
Es un acto pro-desarrollo necesario, en mi opinión, en nuestra profesión, al igual que lo es un proyecto como Oftalmo University, que me ha permitido compartir mi historia con ustedes y que conecta cada día a miles de científicos emprendedores. Quien sabe cuantas grandes hazañas nos esperan juntos. Somos el futuro.
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